Desde el comienzo, el color rojizo de Marte inquietó a los hombres que miraban al cielo. Quizás recordando el brillo maligno de la sangre, le pusieron el nombre del dios romano de la guerra, y muchos años después las lunas que le acompañan completaron este homenaje a la guerra llevando los nombres del miedo (Fobos) y el pánico (Deimos).
Quizás uno de los responsables de que Marte fuera fascinante durante decenios fue el astrónomo italiano Giovanni Schiaparelli (quien le da su nombre al módulo de la ESA que aterrizará hoy). En 1877 observó que había líneas brillantes y oscuras en la superficie del planeta rojo (a las que llamó «canali»). Él nunca sugirió que hubieran sido creados por alienígenas, pero la cultura popular les atribuyó la naturaleza de sistemas de irrigación marcianos, hasta que ya en el siglo XX se concluyó que no eran más que ilusiones ópticas.
La exploración contemporánea de Marte comenzó en serio en plena guerra fría. En la década de los sesenta la Unión Soviética y Estados Unidos competían por explorar el planeta rojo al mismo tiempo que luchaban por poner su bandera en la Luna (hito logrado en 1969). (Cronología completa de las misiones a Marte aquí).
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